Espacios. María Teresa Palau

Los rostros y los cuerpos de los otros...

Rodrigo Meneses podría ser considerado como un artista cercano al bad painting norteamericano, a la figuración libre francesa o al neoexpresionismo alemán por la combinación de cultura pop, kitsch y la profundidad de su reflexión a través de una obra figurativa y libre, así como por la peculiaridad de su lenguaje, su técnica y los materiales. Pero el indicio más claro de su identidad como artista es su conciencia, y ésta es en definitiva, lo que lo representa como un artista radical inmerso en el centro de la realidad cultural mexicana.

Tal vez sea necesario ilustrar con algún tinte autobiográfico el antecedente de su mirada radical al descifrar el universo de las emociones desnudas. Es posible que influyera su contacto “durante varias etapas de mi vida; niñez, adolescencia (…) con terapias psiquiátricas…” o pudo haber sido esa necesidad de “aislarme del entorno físico, para mudarme a mi interior, un espacio más reconfortante. A partir de entonces ese sería mi mundo.” Desde entonces el arte se convirtió en un lenguaje con la posibilidad de plasmar lo invisible, lo impalpable, los intrincados laberintos de su interior.

Durante el año 2006, en las exposiciones “Los chicos – cein” y “Super Safados” mostró ya lo más recóndito de las emociones a través de retratos y autorretratos, que son como interlocutores en conversaciones furtivas. Fascinado con los rostros, los lleva al extremo, los vuelve indeterminados y los transforma sólo en emociones descarnadas. Su trabajo responde ya a la obsesión por traducir los términos extraídos de esa tendencia perturbadora y tan cara a lo extraño –en un sentido que incorpora un punto siniestro, que aparece y vuelve a aparecer, pues el rostro de la locura es un fantasma, territorio del humano, obsesiones, pensamientos que rondan como ideas sin tiempo. Así, convierte los rostros en haces de rasgos alterados, placeres infinitos, atroces y maravillosos. La máscara del hombre cambia, pero siempre es la misma.

Ya en el 2007 con la exposición Bitácora de culos y en El sótano de Jung del 2008 enriquece el mundo perceptible con métodos que se explicarían por la teoría de Jung. Realizado dentro de las instalaciones de clínica psiquiátrica Dr. Everardo Neumann detalla posturas, rasgos, actitudes, miradas, procedentes de los rostros de la “locura”. Los pacientes muestran su mundo interior desnudo y sin reglas, con actitudes y expresiones rechazadas por el mundo de los normales. Y es ahí precisamente, en los rostros y los cuerpos, donde el artista escudriña los detalles que transitan por el inconsciente visual.

La realidad natural acompaña a Meneses a lo largo de toda su trayectoria. Pero su interpretación hace que el cuadro sea un cuadro y no una simple descripción de algo visto. En la exposición “Hey, … Simon, el desierto,” también del 2008, agrega un humor sarcástico a los animales y las cosas. Estos paisajes interiores constituyen un atrevimiento, porque exige del espectador una actitud crítica, una posición frente al problema humano. Su compasión inicia en agonías tan íntimas que sólo son traducibles lentamente y saturan la memoria de quien ha tenido sueños extraños y todavía los tiene.

En su obra más reciente, hay una acumulación de impulsos, sensaciones, elementos sustentados por la memoria cultural y encarnados en un repertorio de imágenes y materias, que se ensamblan y suponen un compromiso con el arte como una experiencia espacial, sensual y táctil. El juego de iconografía y técnica hace aun más interesante cada una de sus obras. Obtiene las imágenes a partir

del grabado y las imprime varias veces sobre tela. Las recorta, manipula y agranda; las cose sobre estructuras de madera; las sobrepone e incluye el hilo como un elemento grafico para manifestar una visión tridimensional más original que la identificación con la realidad. Obras que están más allá de los límites de la superficie al unir de forma tan extraña elementos, para lograr figuras y espacios de una iconografía sorprendente: son imágenes polémicas que ven al hombre desde otra perspectiva del mundo. Al romper los límites se incorpora a una estética que sirve de puente entre la realidad y el arte. Así abre nuevos canales que extreman la expresión artística y no parece tener límites, pues todo puede ser abordado, sin categorías ni jerarquías. El espacio, en los límites de la conmoción, tiene un papel importante para la experiencia. Sea en un papel idéntico, sea en el de la evocación del efecto primordial de la figura humana es utilizada en el espacio neutral para construir una especie de vivienda móvil, donde la cultura se vacía lentamente y sólo queda lo humano, aquello que confirma la relación primordial en el desgarramiento del espíritu.

Hay empatía hacia aquellos ansiosos de apagar su apetito ciego, hacia los cuerpos como columnas, plenos de agotamiento cruel y ardor estético en la configuración de su universo inescrutable. Hay exceso emocional, sí, pero con absoluta autoridad sobre el espacio, la luz, la superficie y la composición… Con insólita seguridad, lanza su flecha de grabador para incidir sobre la madera, pero no se pierde en la representación, que negaría el misterioso sabor de la conciencia, sino que crea imágenes expresionistas de mayor rudeza que son un no a la indiferencia, a la superficialidad y al tedio.

Estamos ante un absoluto, ante la ley de una mirada que rueda en el vacío y no podemos devolverle la mirada. Otro nos mira, sin posibilidad de simetría, porque no se puede devolver el tiempo, y además, nos mira sin ver. Incluso ese extraño desplazamiento excluye el reconocimiento cuando, tocado por la extrañeza, nos sorprende. Ajena, la imagen es una aparición, un retorno, un cruce de frontera entre los mundos o, sin más ni más, la encarnación corpórea de un espíritu. Sólo con la inquietud incesante de la búsqueda de otro para seguir existiendo, para que nos lleve al portal del tiempo en el espacio intermitente de la expresión estética.

Ilumina el inconsciente de quienes un día bajaron la escala de la lucidez, les crujió el piso y se hundieron y produce un teatro misterioso que envuelve al espectador con imágenes que brotan del interior de las conciencias y cuerpos en el espacio de plenitud visual, un océano de emociones desnudas y alteradas, sumergidas en la lluvia del arte. La cultura queda atrás de la caterva de rostros y cuerpos -entre los linderos de la obra de arte- deambulando en una noche sumergida. Aquí el arte circula inagotable, hay situaciones y múltiples llamadas solicitan la atención e inquieren. Aquellos seres inmersos en el doloroso mundo de los hospitales psiquiátricos ya no viven bajo cielos desesperados; de sus trémulas entrañas nacen fortalezas y pensamientos contrarios, también sienten como la arena del conocimiento invade la realidad llena de misterios.

Quizá lanza una saeta a los espectadores que ayer aspiraban a ser simplemente eso. Ahora no están solos: hay aquí figuras que se hacen más intensas cuando se desatan en un claroscuro que se desgarra en el espacio bajo otra luz verdadera. Tal vez puede romper la apatía de las conciencias, porque enfrenta el reto de experimentar con las emociones, los esquemas, las formas y la materia; porque toma el espacio para expresar más allá de los hechos y emite una esencia original que proyecta los problemas de la realidad humana. También porque es capaz de deambular por el conocimiento del hombre y su desarmonía; de hacer que la memoria crezca en la memoria de otro

con rostros que aún son rostros y miran a la cara del espectador, quien escucha el llamado perturbador de estos turbulentos peregrinos de la locura. Su actitud es más conmovedora porque encuentra que la historia personal de cada uno no es todo. No hay mirada que no encuentre su correlato en otra mirada que sin vernos nos ve, y es preciso que continúe siendo así.

Será que la humanidad siempre es la misma y el arte va girando, a pesar de las catástrofes, mientras la humanidad prosigue su existencia dinámica y pasa el tiempo, hasta que aparece alguien que corta en dos la atención del espectador y llena el espacio-tiempo de personajes insondables, con sus tristes y prisioneros nervios tensos que golpean bajo nuestro bienestar, con oscuros cabeceos. Será que sabe que nunca nos damos cuenta que hay seres enterrados en la orilla y viven en los hospitales porque se han resistido a los sueños de otros. Será que antes ellos centelleaban bajo el cielo y ahora son oscuridades y nos preguntan cómo será morir sin remedio para el mundo de los otros; qué será de ti, de tu existencia, cuando ya no existas. Seres que están allí, buscando a quien salvar.

Sin embargo, el proceso de la existencia es lento. Si el artista deja que hablen sus emociones, el espectador también puede permitir que las suyas se proyecten en un lugar donde el sin sentido tiene permiso. Al fin que el mundo sólo es el trazo de causas invisibles, males indefinidos, roncas miserias o presentes vacíos. Después de todo, el hombre vaga desamparado en una brecha abierta, en un rostro, una figura, o un cuerpo en un erial… Los convencionalismos vivirán por doquier. Aquí no.

Maria Teresa Palau

LEAVE YOUR COMMENTS